Las tejas rojas que cubren los tejados de Florencia están presididas por la cúpula del duomo de Santa María del Fiore, vestida del mismo color rojo de la arcilla cocida. La impresionante cúpula de la catedral, con una anchura de 45,6 metros, es una de las más grandes jamás construidas y también una de las que generó más contrariedades durante su desarrollo, ya que por la altura del edificio fue necesario idear durante décadas un proyecto con materiales y técnicas que asegurasen su durabilidad. La cúpula se llama Brunelleschi, al igual que el orfebre que dio con la solución: la utilización de ladrillo para la construcción de dos bóvedas paralelas, lo que permitió una mayor ligereza y el reparto de esfuerzos.
También la Corona Española recurrió al ladrillo en la ría de Ferrol en su afán por señalar este territorio como un enclave logístico. De esta manera decidió reforzar los viejos fuertes situados entre castillos y reformar el castillo de San Felipe. Uno de los materiales necesarios para llevar a cabo esta obra eran los ladrillos macizos, piezas muy difíciles de encontrar durante la época.
Hoy en día el uso de ladrillos, uno de los elementos fundamentales de cualquier construcción, presenta un bajo coste, sin embargo hasta el siglo XIX, transformar la arcilla en ladrillo de calidad suponía un proceso muy costoso al que solo tenían acceso las clases privilegiadas.
Para abastecerse de este material, fue necesario recurrir a los ladrillos de Padrón y a los de Málaga, la baja calidad de los primeros y el alto coste de los últimos se tradujo en unas importaciones que duraron pocos meses. Tras esta solución temporal, se optó por crear hornos en Ferrol y por formar a artesanos para la producción del ladrillo, seguramente instruidos por alfareros malagueños.
De este antojo de la realeza nació la tradición cerámica de la ría que ha moldeado a sus ciudadanos y costumbres.
Las arcillas y los hornos de la ría de Ferrol
La materia prima de la que se obtiene tanto el ladrillo como la teja es la arcilla, un sedimento que por suerte, también estaba presente en las tierras ferrolanas. Estas arcillas rojas se formaron hace 500 millones de años al mismo tiempo que se configuraban los yacimientos de gas y petróleo que hoy disfrutamos.
Así comienzan a crearse las primeras telleiras de la ría, los lugares de trabajo y en muchas ocasiones incluso el hogar de los alfareros. Aquí se moldeaba el barro y se cocía en hornos para producir las tejas que aguantarían las duras lluvias gallegas. Los hornos de ladrillo fueron la evolución natural de estos lugares de trabajo.
Los hornos tenían grandes dimensiones y era muy importante que durante su funcionamiento no quedase ningún hueco o grieta para que no se escapase el calor ni entrase el aire. Se colocaba en primer lugar una capa de ladrillos y se colocaban encima las tejas, se añadía leña o carbón con serrín y follaje y se dejaba al fuego durante tres o cuatro días, hasta que finalmente se dejaba enfriar.
La actividad de las tejeras como reflejo del dinamismo urbanístico de Ferrol
Los ladrillos son piezas que ilustran el tránsito entre el trabajo artesanal y el industrial, con nuevas tecnologías, energías y mezclas de materiales. Las tejeras tradicionales alcanzan su máximo apogeo con la construcción de Recimil conocido como ‘Las Casas Baratas’. En esto momento llegó a haber 22 telleiras funcionando en la ría de Ferrol, sin embargo todas ellas con una estructura muy básica. No es hasta 1960 cuando se pone fin a las tejeras tradicionales y las pocas que quedan se reconvierten a fábricas cerámicas con relativa industrialización.
El proceso de adaptación no fue fácil para las tejeras, que no estaban preparadas para crear los nuevos productos que solicitaba el mercado: ladrillos refractarios, porcelanas, tubos de gres y productos cerámicos destinados a la industria siderúrgica. Elementos que necesitaban de arcillas particulares y otras materias primas complementarias. Durante esta época de expansión fue clave la mina Nuestra Señora de la Merced, al oeste del Concello de San Sadurniño, una explotación a cielo abierto que a día de hoy se está rellenando con los estériles de una siderúrgica cercana.
La automatización de los procesos
Desde mediados del siglo XVIII hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XX, la evolución de las cerámicas se produce de forma paulatina, encabezada por la mecanización y los cambios en la tipología de los hornos. Sin embargo, en 1960 se produce un gran cambio gracias a la llegada de la industrialización a dos fábricas: la Cerámica Arzúa y la Cerámica Campo. Se pasó en ese momento de la cocción en un horno vertical a la cocción en hornos tipo Hoffmann (con una estructura que permitía la fabricación en serie de ladrillos) y por último a hornos túnel llegados la década de los 80, orientados hacia una producción continua y más efectiva.
Aunque el esplendor de las cerámicas de Ferrol se haya apagado y grandes fábricas hayan cerrado, como la Cerámica Arzúa, forjada a lo largo de generaciones; la tradición cerámica sigue presente en la ría, en su relieve, en sus hornos y en algunas empresas como la Cerámica Campo o la Cerámica Santa Rita, que han sabido adaptar el negocio de la cerámica a lo largo de las décadas.
Con información del libro ‘Tierra y fuero en la ría de Ferrol’, de Justino Fernández Negral, editorial Buxa-Ézaro (2015).